PIENSO Y ESCRIBO
Puntos de vista 16 Febrero 2014
No hay historia que me haya conmovido más, que aquella
de Isabel, la niña de
Tireo, Constanza.
Constanza, es un pueblo al que soñaba ir desde hace varios años;
recientemente recibí una invitación para ir a conocerlo.
Antes de llegar, entendía que se trataba de un destino pequeño,
frío, y con
muchos árboles llenos de rosas rojas y fresas.
Al internarme en la carretera que conduce al lugar,
y a pocos minutos de
llegar, mis ojos se maravillaban
de lo bello que veían.
Ante mi expresión deslumbrada, los demás acompañantes
respondían: Por eso es
que le llaman la pequeña Suiza.
Terminada mi visita, de regreso a Santo Domingo,
investigué donde comprar
fresas, flores y especias.
Como era mi primera vez en Constanza, pregunté dónde
conseguirlas; me
informaron que en Tireo, a la salida.
Ya a 20 minutos de recorrido, empiezo a ver los letreros
que anuncian la
proximidad del lugar.
En una de las curvas, alcanzo a ver una pequeña estación
de madera, pintada
de azul clara, con paquetes de fresa y
mermeladas en su mostrador.
Nos detenemos, y viene a nosotros una adolecente que
parecía una niña, de
aproximadamente 12 años.
Era muy delgada, cabello fino, despeinada, y de tez india.
Le pregunto al ver lo inhóspito del lugar
¿eres tú quién vende? Responde sí
¿y tus padres?
Mi mamá murió, y mi tía con quien vivo anda con mi
hermano
accidentado.
Le pedí dos paquetes de fresa, y le pregunté
¿cuánto cuestan? Y
recordó el precio. Pregunté,
¿cuál es tu nombre? Y me contestó con tono
angelical Isabel.
Le pague el correspondiente a tres paquetes de fresa,
le pedí quedarse con el
resto; pregunté,
¿recuerdas que la devuelta es tuya? y dijo sí, sin contar.
Me marché, y largas y pesadas lágrimas recorrieron mi rostro.
Atrás quedó Isabel, y la historia de una pequeña de escasas
posibilidades,
desprotegida, marcada por la vida, y de una
inocencia
extrema.