Puntos de vista 13 Octubre 2013
Iranna Flaviá Luciano
La vida se divide entre aquello que decimos directamente,
y lo que
camuflajeamos para dejar caer.
En la publicidad desde sus inicios, su principal función es
promover un
producto, persona o idea, a de fin de posicionarla
en el gusto de la
generalidad.
En este siglo al parecer la propaganda ha identificado
muy bien como expresan
sus necesidades ambos géneros.
En el hombre, su expresión es llana, expuesta, en procura
de la conclusión de
una tarea.
La mujer, para expresar una necesidad, en la mayoría de los
casos utiliza el
lenguaje indirecto.
Con esta forma de expresión innata busca comprobar
que tan atentos están los
demás, o que tan inteligentes pueden
llegar a ser, al decodificar un mensaje, y
adelantarse a cubrir
una necesidad sin expresarla.
Existen varias vías de
comunicarse, por el oído, visual, táctil,
olfativo o gustativamente.
Toda
expresión previamente se encuentra archivada
como clasificada o
desclasificada.
El mensaje desclasificado en su forma natural es una
expresión extrovertida,
muy parecida a la forma de
comunicarse los hombres, directamente.
El mensaje clasificado es aquel que por su origen debe
ser omitido o
disimulado; se evita su utilización con el
fin de evadir un clima de conjeturas
y de mala aceptación.
El objetivo fundamental de toda información es que se
posicione antes de ser
rechazada; para muchos no es
desconocido que el tema de lo prohibido vende.
En nuestro país los anuncios subliminales andan
expuestos por cualquier
esquina, desde un simple
producto de bebé, hasta en la valla de cualquier
presentación de un artista.
Se juega a destacar la figura por medio de colores,
cantidad de personas,
lugar, gestos, miradas y
vestimentas sugerentes, sin importar el público
espectador.
Lo más insignificante puede llegar a cobrar vida, por el
sentido que tiene a
nivel cultural el tema tabú.
Pienso y luego escribo; la diferencia entre lo sublime y
lo expuesto es la
calidad del pensamiento.
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