Artículo de opinión publicado en Listín Diario, en fecha 14/8/2011
A veces me pregunto algo que parece sencillo: ¿Por qué será que el ser humano tiende a voltear el rostro en el momento en que ha perdido?
Por costumbre o por familiaridad tendemos a ver aquellas cosas que nos rodean y que son de nuestra importancia como lo inherente. El sentido de la seguridad y del disfrute de aquello que entendemos será eterno, en ocasiones no nos hace fijarnos en aquello valioso por ser como todo en la vida, algo circunstancial.
Si observamos la existencia como pasar las hojas de un libro, nos daremos cuenta que aquello que leemos hoy no será lo que leímos ayer, y que mañana ya habremos pasado la página de lo que fue este día.
Aunque luego quisiéramos repasar el contenido de ese libro por ser un objeto tangible, ante nuestros ojos sólo será el reflejo de aquello que nos emocionó ojear.
Inicialmente al ser humano todo le viene dado en perfecto funcionamiento, muchas de esas cosas con el paso del tiempo se desgastan, se arrinconan por el desuso, o se despilfarran por el mal uso.
Esto podría aplicarse a cualquier cosa que forme parte de nuestro día. El buen estado de la salud es un tema para algunos olvidado, se le resta mucha importancia a acordarnos de aquello que se encuentra en pleno funcionamiento.
Una persona un día me dijo, que a veces es mejor no buscar por si encontramos; pero que resulta mejor: ¿Encontrar temprano o chocar tarde?
Si pudiéramos hacer un recorrido al interior de nuestro cuerpo, nos daríamos cuenta de su misterio y de su misión; entenderíamos lo que depende del exterior y su armonía.
Lo que resulta difícil para algunos es determinar cuándo fue el momento preciso en que empezó la disputa entre aquello quiso formar parte de él y lo que no asimiló.
Cuando buscamos las razones a tiempo respecto a las dudas en temas de salud, garantizamos desplazar el huésped incubierto. Quien está bien por dentro, conserva la vida.
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