Artículo de opinión publicado en Listín Diario, en fecha 15/1/2012
A Robert de Niro y Al Pacino siempre los he calificado como los incomparables de Hollywood, sus filmes y su trayectoria así lo confirman.
Hace poco tuve el placer de poder ver una de las producciones más recientes de Robert de Niro, “Everybodys Fine” del año 2009.
Esta emotiva película trata de un padre que ya encontrándose en edad madura y viudo, decide hacer un recorrido sorpresa por la casa de sus hijos.
Él era el tipo de padre muy dedicado y proveedor, pero de manera estricta, sin brindar mucha participación y exigiendo mucho respeto.
En esta modalidad crecieron estos hijos, por lo que entendieron que debían basar sus vidas en ser excelentes para llegar a ser merecedores del cariño de sus progenitores.
El tiempo pasó y los hijos se volvieron adultos, se independizaron y formaron hogares muy lejanos a su lugar de origen.
Cuando contactaban a sus padres vía telefónica expresaban satisfacción por sus vidas. Más tarde comienza el viaje del padre, y es cuando visita a sus hijos que puede darse cuenta de que la realidad era distinta a lo conversado.
Al despirse de ellos sentía una profunda necesidad de preguntarles: ¿Eres feliz? A lo que todos respondían que si, sin el menor reparo.
Para todos es bien sabido que cada hogar es diferente, aunque muchos coincidan en anhelar ver sus hijos realizados.
Pero que se construye primero ¿El éxito o la felicidad? ¿Acaso respetamos los sueños y la individualidad de nuestros hijos cuando tratamos de venderles una profesión o un ideal?
Es por esta razón que es muy común observar adolescentes que no avanzan en sus estudios, y profesionales que no sirven con calidad porque no aman su labor.
Por miedo o por influencias han elegido el camino de alguien más, cuando llegada la meta, llena más saber que han elegido aquello que es de su admiración.
Que fácil resulta preguntar eres feliz, pero que difícil es responder a aquello cuando ya ha pasado el momento.
Felices son aquellos que evolucionan cuando ven crecer.
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