Como no era antes

Iranna Flaviá Luciano

¿Qué edad teníamos entonces?, ¿por qué? y ¿cómo hemos cambiado?... pues vivíamos el momento de aquel secreto momento, para amar y ser amados, como diría nuestro merenguero Jochy Hernández en la canción “¿Por qué hemos cambiado?”.

El divorcio por definición es el rompimiento del vínculo matrimonial entre los esposos, que se formaliza ante una autoridad judicial.

La disolución al vapor, por incompatibilidad de caracteres o por mutuo consentimiento son algunas de las opciones que tienen las parejas de casados a la hora de separarse.

Los casos de divorcio que se tramitan a diario en los distintos tribunales del país, muestran que en las ultimas dos décadas los dominicanos y dominicanas en gran cantidad están contagiados del síndrome del “divorcismo”, lo que es motivo de alarma para todos los que creen en el vinculo de la pareja como vital y enriquecedor, y en el matrimonio como institución.

El bloqueo de la comunicación, la incompatibilidad sexual, los patrones de control, la falta de amor, la interferencia de familiares, los maltratos, la infidelidad, la falta de madurez y los problemas económicos, son algunos de los factores detonantes de la relación de pareja.

Algunas de las consecuencias que resultan del divorcio son: Sufrimiento en la familia en general, pérdida de la confianza en el amor, desolación, ansiedad, vacío, temor a perder el poder adquisitivo y la interferencia de terceros en la crianza de los hijos.

Los hijos de padres divorciados son los que sufren en mayor proporción las consecuencias de esta realidad impuesta, sin ser sometida a consenso.

Por esta razón, manifiestan a lo largo de su desarrollo hacia la vida adulta problemas de conducta, problemas de rendimiento académico y grandes dificultades para relacionarse socialmente.

Por esto es necesario, antes de formalizar una relación en matrimonio evaluar hasta que punto estamos dispuestos a comprometernos, hasta que punto estamos dispuestos sacrificar, a tolerar y a escuchar el otro, hasta que punto estamos dispuestos a compartir, a fallar y permitir que el otro falle.

Es preciso, darnos cuenta hasta donde somos capaces de perdonar y de recibir un perdón, hasta donde estamos dispuestos a aceptar que las parejas no cambian. Es oportuno analizar hasta que punto entendemos que el matrimonio no es una ilusión ni una celebración, sino una responsabilidad de alta envergadura.

“El compromiso del matrimonio no es una camisa que nos quitamos y nos ponemos”.
“Pensemos antes de tomar por impulso la píldora del divorcio y aliviarnos del matrimonio, que los efectos secundarios podrían resultar devastadores”.

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